Y los chanchos volaron

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Es difícil empezar a escribir algo sobre anoche después de todas las emociones que se conjugaron. Es realmente difícil. Incluso los adjetivos se hacen pocos (y los pocos que hay, trillados). Es como tratar de describirle un plato de comida a alguien que nunca ha probado algo parecido. Como un curanto a un holandés. ¿Cómo describes un sabor? ¿O una sensación? ¿Cómo puedes ilustrar lo que sientes con un acorde con el riff de una canción? ¿Es acaso posible?

No sé, la verdad es que este es un enigma demasiado grande. Sin embargo, entre toda la nebulosa creo que un buen punto de partida puede ser algo así:

Piensa en un viaje. En recorrer el mundo en segundos. Piensa en volar al espacio y en menos de un instante estar a milímetros del suelo. Piensa en la nada, y después piensa en el todo, partiendo desde lo más pequeño a lo más grande. Quarks, átomos, celulas, moléculas, tejido, órganos, organismos, seres vivos, familias, grupos sociales, sociedades, países, continentes, planetas, sistemas solares, galaxias, todo concéntrico, todo orbital, todo ralentizado y acelerado al mismo tiempo. Todo conectado. La velocidad del sonido y de la luz. El ciclo de los días, de los años y de incluso siglos. Y justo en el momento en que miras hacia el lado, ocurre un eclipse y está frente a tus ojos.

Ahí sí, mejor. Ahora te puedo contar más sobre lo que pasó anoche en el Estadio Nacional, en la presentación del Dark Side of the Moon en vivo por Roger Waters. Aquí en Chile, un 14 de Marzo de 2007.

Una estrella fugaz en el sombrero con hoyos de la noche.

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Un momento histórico. No para la historia. Para mí y para los 50.000 "viajeros" que estuvimos anoche, como yo, Felipe y José Miguel.

Si las palabras quedan cortas para describir lo de ayer, las fotos aún más. Estas pocas imágenes en ningún caso pueden dar cuenta de la real magnitud del espectáculo que presenciamos anoche. Nica. Además, se ven horriblemente mal, ya que las saqué con la cámara de dos megapixeles de mi celular. También tengo dos videos que grabé con el mismo celular, el primero, de cuando el concierto recién empezaba (In the Flesh); el segundo, ni idea, el botón "Record" se apretó sólo y se grabaron casi 20 minutos de sonido de bolsillo (creo que es Mother lo que suena en el fondo).

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No me voy a referir a lo que concierne la producción (ya saben que a DG Medios les hice la cruz), pero en cuanto al espectáculo en sí, tengo que decirles que fue un verdadero placer. Un orgasmo musical.

Waters en Chile fue un el mejor deleite para el oído que se pueda encontrar. Como el mejor plato de machas a la parmesana, junto con la mejor copa del vino más añejado. La calidad del sonido, el virtuosismo instrumental, el timing de la banda en conjunto, todo perfecto. Eso, sumado al sorprendente despliegue escénico (y dramático) de Waters, son suficientes —al menos para mí— para declarar el de anoche como el mejor concierto al que ido en mis 24 años de existencia.

Las arrugas de Waters, el sufrimiento de su infancia, el requiem para el sueño de la posguerra, su poderoso mensaje social. El chancho.

Me imagino que se imaginan que durante las más de dos horas de concierto grité y salté como un verdadero chiflado (así se refería mi padre a mí, de hecho). Sí. fui un verdadero lunático sobre el pasto del Estadio Nacional. Incluso llegué a pensar, dentro de la euforia, si acaso existía la posibilidad de que las cuerdas vocales se cortaran! ¿Qué dicen ustedes? ¿Es posible?

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En fin. No sería raro que el de anoche termine siendo el mejor concierto de toda mi vida (por lo importante de la banda y la envergadura del disco). Por eso, lo mínimo que puedo hacer es sacarme el sombrero y darle las gracias a Roger por darnos una noche de música cósmica, envolvente, potente y eterna. Especialmente eso, eterna. Por algo se llama rock clásico.

Gracias Roger. Pero para la próxima sí que tocas Echoes. :)</del>

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